martes, 16 de febrero de 2010

CAPÍTULO 1. EL ENCUENTRO.

Llega el tren, permanezco en el andén, estoy sólo, aún así, no me fío mucho después de haber visto en las noticias toda la locura de las personas, empujando gente a la vía y demás historias aterradoras de lo noticiarios.
Una vez está parado del todo, me acerco lentamente, intentando decidir en que vagón me subo..el que está más cerca de mi, el de al lado que me da mejores vibraciones... dubitativo me encuentro sin darme cuenta subiendo esa pequeña palanca que activa la apertura de puertas, del vagón que tengo enfrente.
Se abren las puertas y accedo, efectivamente, la luz de estos vagones es bastante tenue y son cerrados, solo ves lo que hay en el vagón (no como los más modernos, en los que puedes ver todo el tren). Me encuentro de bruces con un chico, sentado en el asiento frente a mi. Pero si el vagón estaba sólo, pienso. Bueno...!que le vamos a hacer? y tomo asiento.
Algo y no me preguntéis que fue, una sensación extraña, me hace mirar a este chico, es una persona normal, de unos treinta años, muy parecido a mi, físicamente hablando, misma complexión, mismo color de piel, mismo color e incluso corte de pelo, y de ropa muy similar a la que llevo puesta. En todo parecido, excepto en su forma de mirar. Mientras que yo lo miraba de una manera insegura y casi podría decir que cobarde, el lo hacía fijamente, con sus ojos clavados en mi, pero con la mirada perdida en sus propios pensamientos. Me dí cuenta que aunque dirigía sus ojos hacia mi persona, no me estaba viendo, porque estaba inmerso en su mundo, en sus pensamientos, en sus historias.
No pude evitar en momentos sucesivos, observar durante el largo y eterno trayecto (o eso me parecía a mi), entre estación y estación, que estaba haciendo esta persona para matar el tiempo.
Con una hoja de un folio, arrugada y demacrada, en una mano y un bolígrafo en la otra, no paraba de mirarme como si mirase al horizonte y escribir sobre ese papel.
De vez en cuando, se lo guardaba en el bolsillo derecho de su cazadora, cruzaba sus manos y se las observaba.
Llegué a pensar que este chico había consumido algún tipo de droga o que por el contrario, no estaba muy cuerdo.
Algo creo que debió de notar o intuir, cuando en un momento determinado del viaje, me sonrió y me dijo: "no te preocupes...ni estoy drogado, ni estoy loco".
Me quedé algo perplejo, más bien mucho, cuando por mis oídos entraron esas palabras y se mezclaron con mi propio pensamiento, que era el mismo.
La unión de ambas cosas iguales y el choque que produjeron dentro de mi cabeza, me produjo una reacción de sonrisa nerviosa exteriorizada y de pensamiento interno de casualidad.
Tu eres uno más, de todos los que hoy subirán a este vagón. Uno más de los que opinarán así de mi. Uno más de los equivocados, me dijo.
Yo no me atreví a articular palabra, pero pensé: "E aquí Dios padre, ¿quién se piensa este tío que es?".
Entonces volvió a dirigirse hacia mi, diciendo: "Yo no soy el que se lo piensa...tu eres el que me juzgas".
Y yo que no soy muy católico ni practicante, ni creyente, me dije para mi mismo: "pues si que va a ser Dios", "¿y ahora que?, tú que no crees en él, ya la has liado.
Pues sí que la has liado, pensé, para que este venga a hablar contigo...algo gordo has hecho ya.
En una carcajada, cortó mi pensamiento y mi conversación propia conmigo mismo. Que no, hombre que no...no pienses más y observa.

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