martes, 16 de febrero de 2010

CAPÍTULO 2. EL PRIMER PASAJERO.

Por fin para este dichoso tren!!!
Hemos llegado a la primera de las infinitas paradas que hará por todo su recorrido.
Se abren las puertas de nuestro vagón. Vaya!!!, podrían querer subirse en otro, que casualidad!!!.
Sube un chaval joven de unos veintipocos años, rasgos orientales, cazadora plumas plata metalizado, zapatillas deportivas y pelo larguito. Entra jugando con una maquinita de esas de videojuegos, sin separar la vista de ella, la cuál se encuentra en el interior de una funda blanca, y no para de emitir ruiditos y sonidos. Acto seguido y sin mediar palabra ni hacer ningún tipo de gesto se tira en el suelo del vagón, todo ello sin dejar de hacer lo que venía haciendo.
Pero si hay asientos por todos lados!!!, me digo a mi mismo. ¿Porqué se tiene que tirar ahí, como un pordiosero?.
Mi extraño acompañante inicial, se levanta de su asiento y se sitúa junto a mi.
¿Quieres que te lo cuente?, me pregunta.
No gracias, ya me imagino, sus padres no le hacen caso, en el colegio no le hacen caso, no tiene amigos, prefiere vivir en un mundo irreal...le dije todo aquello que había visto en televisión y que se me ocurrió.
Algo de razón llevas, pero vuelves a estar equivocado, agregó.
Si, esto empieza a ser habitual contigo, le refunfuñé.
Sin poder dejar de observarlo y sorprendentemente, ya no lo hacía de una manera pobre y acongojada, sino de un modo interesado, le pedí que me contara lo que veía en este chaval.
Mientras susurraba a mi oído, noté como mi mente se nublaba, cada vez más y más, hasta que comencé a fabricar la historia en mi cabeza tal y como me la iba contando.
Me traslade a un pequeño poblado de China, alejado de todo, enmedio de muchísima vegetación, me pareció una selva, en donde los niños semidesnudos jugaban los unos con los otros y las mujeres preparaban la comida, esperando el regreso de los hombres desde los campos de arroz de la zona.
Me llamó muchísimo la atención la juventud de aquellas familias que contaban con un cabeza de familia de una edad...yo calculo que sobre unos 40 años, pero que aparentaba 80, extremadamente envejecido, era el anciano de la familia. Lo que dejaba de manifiesto el alto índice de mortalidad y la escasa calidad de vida.
A lo lejos se veían venir a los hombres después de su duro día de trabajo. Ya estaba anocheciendo y las mujeres esperaban junto con los niños y los ancianos la llegada del resto de la familia, para proceder a la ingesta de los únicos alimentos del día.
Centrando mi vista, me pareció, con otros ropajes y más demacrado, reconocer a este chaval del metro.
Entró en su choza, saludó a su padre, cogió en brazos a su hijo pequeño y se sentó en el suelo, mientras observaba a su mujer poner los últimos granos de arroz en su cuenco.
Era un sitio pobre pero gozaban de mucha felicidad.
Jamás pensé que ese chaval a mi parecer vago y descuidado pudiera ser ese padre de familia que estaba viendo.
Continúe escuchando...como un día los campos de arroz se secaron, la comida escaseo aún más, ya no había alimento y el anciano que siempre había convivido con esta familia, un día decidió adentrarse en la selva y desaparecer. Sin despedirse, ni mirar hacia atrás.
Volví en mi por un instante y pensé que eso sonaba a historia de película china de los años 40 por lo menos. Pero ahí no acababa la historia y nuevamente caí en mi trance personal.
El hombre en su tierra y el chaval en la mía, es decir la misma persona, salía todas las madrugadas mirando al cielo con cara resignada y con la esperanza de volver a casa con algo que echarse a la boca, pero día tras día, nada.
La mujer se quedó sin leche con la que amamantar a su bebé, su hijo, principal alimento del que gozaba, a causa de la mala alimentación.
Su hijo comenzó a enfermar hasta que murió y su madre se fue detrás al no poder soportarlo, y murió de pena, se dejó morir.
El hombre, aquel chaval que jugaba con la máquinita compulsivamente, cambio su trabajo de agricultor por el de sepulturero, y tras todo perdido y mucho sacrificio y explotación, que no te contaré, consiguió llegar ahí donde tu lo ves.
Así finalizó su historia.
Me quedé pensando y me dije...que tiene que ver todo eso con un chaval adicto a los videojuegos.
Su pérdida y su obsesión con la obtención de riqueza, para no rememorar nunca más lo sucedido, conllevó a su deterioro total, su destrucción absoluta.
Esta persona trabaja sin contar las horas, para sumar más ingresos, no duerme, ni descansa, porque no puede, de ahí que juegue compulsivamente con esa máquina, para no pararse a pensar, para no encontrarse sólo, para no creer que desperdicia el tiempo que podría estar aprovechando en el trayecto desde un trabajo a otro. Se siente mejor pensando que está ocupado. No ha aprendido nada.
Y lo de tirarse en el suelo habiendo asientos vacíos, ¿no es una falta de educación?, agregue.
Es una forma de sentirse más cerca de su casa, querido amigo, replicó.

1 comentario:

  1. Creo que está claro que hay muchas personas así y no son chinas precisamente, espero no acabar nunca así.
    Me gusta este capítulo.

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