martes, 16 de febrero de 2010

INTRODUCCIÓN

Estos párrafos o escritos, o como se les quiera llamar, digámoslo que me fueron cedidos o heredados.
Al final de esta historia que os voy a narrar, descubriréis como acabaron en mis manos.
Desde aquel día, mi vida, mi pensamiento y mi forma de ver las cosas y las personas cambiaron de una manera radical y positiva.
Acabé con la visión constante e implacable de mi ombligo y comencé sin apenas darme cuenta a observar, profundizar y ver más allá de lo visible.
Es un suceso que llegó a mi vida en el más inesperado momento, cuando más lo necesitaba y cuando veía que todo se entornaba aburrido y gris.
Todo comenzó un día nublado y de lluvia constante. Los días que más me gustaban personalmente, porque todo el mundo se camufla, se esconde u oculta. Porque no se observa la circulación incesante de personas por las calles y la lluvia depura los malos pensamientos y las culpas de las personas.
Todo parecía más tranquilo y relajante de lo habitual.
Tras una llamada de teléfono, soy obligado en cierta manera, a salir de casa, de mi rincón, de mi lugar de paz.
No me apetece, no quiero salir a la calle un día como hoy, y menos coger el coche hasta tan lejos. Seguro que luego llegó y no encuentro aparcamiento, seguro que hay mucho tráfico y me tiro las horas muertas esperando en el coche. Seguro que cuando llegue no podré hacer todo lo que he ido a hacer. Seguro que...
Todo eran escusas para no moverme del sitio.
Finalmente, y obligado por las situación, no tuve más remedio que ponerme en marcha.
Vale, pero iré en Metro (Una razón más para encontrar otras escusas). Ahora tardaré demasiado y llegaré tarde, porque de aquí hasta que llegue allí (frases sin sentido, únicamente para justificar mi pereza).
Una vez hube descartado todas las escusas, considerándolas de menor importancia que la labor que tenía encomendada, no tuve otra salida que seguir adelante.
Me vestí, ¡vamos rápido!, unos vaqueros, una camiseta, el jersey, las botas, buff!!!, que suplicio. Venga la cazadora, la cartera, las llaves, el móvil...vámonos...joder!!!, el dinero suelto para el Metro, sino tendré que cambiar y tardaré más.
Salgo corriendo, bajo la escalera y salgo a la calle, no he cogido paraguas, nunca lo hago, prefiero que me llueva, me siento mejor.
Llego a la estación de Metro totalmente empapado y miro las paradas con resignación, buff!!!, que lejos está...
Una vez en el andén, espero la llegada del tren, uno de los antiguos, de esos que están menos iluminados y de sonido estruendoso y chirriante. Vuelvo a recordar que no me gusta el Metro. No me gusta tanta gente reunida en el mismo sitio, no soporto relacionarme con extraños, aunque para ellos ni exista...
No imaginaba que ese sería el comienzo de mi aventura y descubrimiento.

2 comentarios:

  1. Hay veces,la mayoría,que una decisión que se toma a la ligera, da todo una gama de colores en lienzo de nuestra cabeza.

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  2. Gran reflexión, acabo de leer tu comentario (disculpa la tardanza) y me ha sorprendido gratamente. Verdades y sabias tus letras y seguro que preciosa tu gama de colores.

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