viernes, 5 de marzo de 2010

CAPÍTULO 10 EL FIN DEL TRAYECTO (PARTE 2)

Las cosas pasan a toda mecha por mis lados. La lejanía se vislumbra tras de mi.

Una calle cortada y tengo que pensar que hago porque no voy a parar, piensa, piensa, piensa rápido, tan rápido como el coche que llevas.

Agarro la palanca del freno de mano y giro el volante un cuarto de vuelta, con un movimiento rápido de pies y su parte trasera derrapa y se gira, me encuentro cara a un callejón que me da la libertad de continuar.

Veo una señal que indica autovía, iré hacia allí, voy a poner esta máquina al máximo y veremos quien puede más.

Me encuentro en un momento suicida y de asesinato a la razón, pero sorprendentemente, aunque veo obstáculos incluso en movimiento, no hay personas.

Entro en la autovía, cuanto espacio, todo para mí, las luces se dispersan, no se si es de noche o de día, he perdido la noción del tiempo y no me importa, mientras tenga el espacio y la velocidad, hallaré el tiempo.

Me siento libre total y plenamente, todo es mío, porque sólo me tengo a mí.

La aguja del cuentakilómetros señala al máximo, los ojos achinados sin ni siquiera correr aire en el interior del vehículo totalmente hermético y una tensión en el cuello impresionante.

El nivel de gasolina descendiendo y noto como el capó comienza a estar sometido a demasiadas calorías. He decidido parar cuando reviente el coche. Voy a destrozarlo para que nadie nunca pueda sentirse como yo.
Izquierda y derecha, me da igual mientras no detenga mi avance, quiero ver hasta donde llego.
Adelantando indiscriminadamente, me gusta ver como se quedan atrás, como por delante sólo tengo campo abierto.
A lo lejos se ven vehículos con luces azules, en modo sirena, seguramente es un control.
Quieren pararme pero no se lo voy a permitir.
Me ha costado demasiado conseguir lo que tengo y no lo voy a entregar a la primera de cambio.
Me aproximo a gran velocidad, no hay nadie salvo los vehículos que me cortan el paso.
No podré pasar por este camino, pero no aminoro la marcha.
Quedan ya pocos metros para el choque, me daré media vuelta.
Embrago y tiro fuertemente de la palanca del freno de mano, mientras doy un giro total del volante, lo lanzo hacia mi izquierda y lo veo girar.
El coche responde como ha de hacerlo y se posiciona como en el argot se llama vuelta contrabandista.
Rápidamente y sin dar un respiro, pues no quiero bajar la velocidad, acelero de nuevo, de 0 a 100, no está mal, pienso. Voy en dirección contraria al resto del mundo. Tampoco es extraño.

Continuará...

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