viernes, 26 de febrero de 2010

CAPÍTULO 8. UNA BELLA FASCINACIÓN.

No es lo que parece, ya te lo digo...

Un ángel para los católicos, amigo, una ninfa para los deseosos de la magia, una diosa para los antiguos griegos, una sirena para los marinos..., eso es...


¿y para mi?, pregunté.


Para ti, la muerte, la incansable perseguidora, el lecho donde descansarás.


¿La muerte?, ¿a caso voy a morir?.


No, no vas a morir, por lo menos de momento, es tu atracción por ella, tu no ves la muerte como el resto de las personas. No la ves cruel ni con temor.


Para ti es algo hermoso, tu descanso, deseas su abrazo, su tranquilidad en su regazo.


Deseas su paz, su entendimiento, su comprensión, deseas hablar con ella sobre tu lápida, que te indique donde descansarás.


Deseas que te conozca porque deseas conocerla.


Deseas pasar las horas intentando descubrir su cara, mirar bajo sus vestiduras, entre su capucha.


Observar sus ojos, si los tiene, sus manos, si las tiene, tocarla, sobretodo tocarla.


Sentir su huesudo cuerpo, descubrir la belleza que otros detestan.


Hacer que no se sienta evadida ni solitaria, ni temida.


Hacer que no se atemorice ella misma.


Es preciosa amigo, me encanta su todo.


Adoro su forma de desnudar mi mente, de incentivarla, de acertar acertijos, de descubrir lo simple de mi ser y de intentar comprender lo complicado de mi interior.


Mirarla cara a cara con ella al lado.


Ser su apoyo y ella el mío sobre el precipicio de la resolución, de las decisiones.


Sabes que tendrá el final previsto y deseas iniciarlo, prender la mecha.


Sabes que tendrá el final previsto y aún así, quieres morir.


Sería una muerte muy dulce seguro, amigo, pero muerte al fin y al cabo.


¿Que más da compañero, si al final hay que morir?.


Hay dos formas de hacerlo, aceptándolo, queriéndolo y rendiéndote, o bien luchando y agonizando.


Tu estás harto de luchar, ¿crees que sería más fácil rendirte?.


Más cómodo seguro.


¿Serías feliz de esa manera?


Sería feliz mientras lo fuera.


La cuestión es como reducir el tiempo de existencia.


Sigo viéndola preciosa, me gusta la columna que veo através de sus costillas.


Me gusta sus uñas que arañen la tierra donde e de yacer.


Mi tiempo podría dejarlo pasar con ella amigo, regalárselo, darle mi vida.


Siento miedo de algo y me siento indefenso.


No me gusta sentirme así, volver a temer.


No quiero depender de sus decisiones sobre mí.



Déjate de tonterías amigo, olvídate de ella, no es lo más adecuado.



No podría olvidarme, me la he tatuado a fuego en mis tripas.



Pues arráncatelas amigo, arráncatelas, y devóralas hasta que no quede nada, hasta que nada vuelva a ser tu estandarte...

Aún no ha llegado el momento de ser su compañía eterna, deja que continúe su viaje y sólo observa en que estación baja. Si mañana sigues pensando en ella, búscala en su destino.

Lo mismo te sorprendes, le dije, lo mismo no baja, puede ser que espere mi parada.

Veamoslo...contestó.






miércoles, 24 de febrero de 2010

CAPÍTULO 8. REFLEXIÓN

Me estaba aproximando a mi destino, pocas paradas de esta mi vida en el subsuelo, me separaban de mi vuelta a la realidad.

La cruel y asidua existencia.

Abatido y consumido por la verdad conocida intentaría alborozarme en las memorias.

Analizando lo ocurrido hasta ahora, me lamentaba del laberinto de confusión en el que me había adentrado, pero a su vez, me beneficiaba y deleitaba de mi adquisición de erudición, reparando en haber sido instruido en la sabiduría.

Quien entraba, quien salía de este fascinante, oculto y nigromante vagón, eran aparentes personas normales y tras de ellas, maravillosas, extrañas e inimaginables historias que nada hacían elucubrar poder ser vinculadas.

Pronto abandonaré este lugar, claudicaré mi emplazamiento y no se porqué, tu estarás y perdurarás en él, comenté a mi ya viejo amigo de andanzas.

No, contestó, este no es el objetivo de tu propósito.

Aún te quedan paradas que se tornarán largas y duraderas, perdurarán en el tiempo y desequilibrarán tu efectividad.

Sus ojos tornaron de un gris pardo a un verde alga cuando la luz incidió sobre ellos.

Meció la caja de envejecida madera donde guardaba mi interior, mis entrañas, atada con cordeles de esparto fino y resistente.

Desencadenó la ira en mi alma, mi lucha eterna, mis dulces recuerdos y amargas andanzas.

Mis caras convergieron en una, los extremos se unieron cual metal imantado.

Perdí el equilibrio como pazguato acróbata y sufrí las repercusiones de mi grandeza, en fortísima caída libre.

¿Quién podría procurarse y acaparar mi mirada?.

¿Quién hacer de mis sueños, espejismo?.

¿Qué quimera y ofuscación?.

La utopía ideal, la esperada dríada que controla mis impulsos, que los conoce.

Ilustrada y sabia de mi persona.

¿Cómo es posible tal constancia del medio ajeno y campo de siembra de la lejanía?.

Miles de preguntas anegaban mi razón, sorprendiendo mis principios de cordura, mientras quedaba perplejo de la totalidad de su sublimidad.

Perturbado, imprudente e irreflexivo me transformé, cuanto más analizaba, más deseaba conocer.

Mi guerra, mi batalla, mi contienda natural, se estaba convirtiendo en derrota.

Escultural envoltorio con mejor aroma y sabor.

No podía retomar mi espíritu, quería escapar de su cárcel en la que nació preso.

Ya había asimilado su semblanza y la normalidad le había sido inculcada.

Deseaba darme muerte, extinguirme, perecer entre sus hebras, húmedas y mojadas por la lluvia que en la calle, en el exterior, acontecía.

Sus extensos pensamientos y raciocinios conquistaban la grandeza de su espalda, su perfecta simetría y mi incongruencia.

No me hubiese rendido ante nada, ni el mismo Temujín, podía conseguir que me alejara de mi victoria. Yo era el actual Genghis Khan en donde aconsejado por mi predecesora: "tu única compañía, tu sombra".

¿Un simple atrevimiento y se desmorona mi imperio?.

Yo era el único lobo, el exclusivo, el auténtico, el puro.

Esta vez no pude con mi enemigo, sin saber quien era mi contrincante, caí a sus pies, mordí la tierra y llené mi boca de barro.

No puedo rendirme, no me lo perdonaría, y me destruiré.

Clavaré mi espada en mi pecho para evadir el lamento con más dolor.

Quiero que seas tu, poderosa daga, quien corte mi cuello, que mi sangre emane de él y su color se proyecte en tu vestido blanco.

Verte bañada del rojo de mis venas, con tus manos abriendo mi herida.

Ser lo último que mis pupilas vean antes que el cansancio cierre mis párpados.

Estoy muy cansado, agotado, decrépito, extenuado.

El camino del guerrero es muy poco valorado y tedioso.

Hay quien nace predestinado. Conseguir luchando, recaudar batallando...

Quemando viejos recuerdos en cada aldea conquistada.

Asesinando conocidas venganzas con caras desconocidas.

Viviendo a tu espera, esperando vivir.

Por fin algo hermoso, ser de luz en este opaco y sombrío vagón.

Cuentame su historia leal simpatizante. Necesito escucharla para no sucumbir. Cuentame que no es lo que parece, cuentame...

lunes, 22 de febrero de 2010

CAPÍTULO 7. EL FALSO SALVADOR

El tren activó su freno y la inercia hizo que mi cuerpo se balanceara de atrás hacia adelante, movimiento que activó el pulsador de fuga de este hombre.
Su maquinita cayó al suelo y tras el choque contra él de la misma, sólo se escuchaba un clac, clac, repetitivo.
Miré hacia abajo sorprendido, había soltado su herramienta de vida, la prolongación de sus manos, aquello que le ayudaba a seguir adelante.
Después no pude evitar, seguir el sonido repetitivo de la palanca de apertura de las puertas, subiendo y bajando en una mano temblorosa y asustada.
El me miraba con los ojos desorbitados, cargados de terror.
¿Era yo la causa que le producía tal reacción?.
Las puertas no habían comenzado a abrirse cuando este ya intentaba huir del vagón, chocando una y otra vez contra los bordes de las puertas hasta que hubo el suficiente hueco para que saliera a toda velocidad.
Pude ver a través de las ventanas del vagón, como corría despavorido por el andén, mirando hacia atrás.
Podía escuchar incluso el sonido de su frustrada y agónica respiración.
Continué observándole hasta que le perdí de vista.
De repente, alguien toco mi hombro, ¿puedo ayudarle?, preguntó.
Era una señor de unos 44 años, bien vestido, elegante y con buen porte. Parecía educado y respetuoso.
Le noto un poco alterado caballero, dijo.
¿Necesita usted ayuda?, reiteró su pregunta.
No, contesté.
Ipso facto, tenía preparada su siguiente pregunta,¿se da cuenta usted que está asustando a los presentes?.
Miré, sin contestar, efectivamente, estaba dando un espectáculo bochornoso.
Disculpenme, lo siento, fueron las palabras que salieron de mi boca mientras buscaba de nuevo asiento, lejos de todos.
Este educado caballero, se dirigió hacia mi primer conocido, mi compañero de viaje, mi guía en esta historia, y se sentó a su lado.
Pude ver como mi acompañante inicial, el pionero del vagón, se acercó a su oído y susurró unas palabras.
La cara de este señor cambió. Era una cara fanfarrona. De haber conseguido una medalla, una proeza, algo inusual. Y comenzó a mirarme mientras seguía recreándose en el susurro.
Concentré mis oídos y mis sentidos en escuchar el rumor, esa conversación especie de seseo, mil serpientes en sus bocas, sigilosas las palabras.
Una carcajada cambió la figura de su expresión, en ese momento llegábamos a la siguiente estación, se levantó se despidió con un adiós del contador de secretos y con un saludo militar y un tanto burlesco, hizo lo propio conmigo.
Una vez se hubo bajado, no dudé en aproximarme a mi compañero y preguntar por el, por la persona que me había ayudado, me había relajado educadamente y me había devuelto a la percepción real.
¿Que habéis hablado?, ¿que le has susurrado?.
Le he dado las gracias simplemente, por ti y por nosotros que compartimos contigo este vagón.
Se ha sentido agradecido y se ha reído de ti.
¿De mi?, pues a mi no me lo ha parecido.
De ti, si, se ha reído, burlado y mofado.
Sus comentarios sobre la locura que te atañe, y la pena que das a la sociedad, según él, han llegado a ser insultantes y así se lo hice ver.
Quien te ha parecido un salvador no ha sido más que tu verdugo.
¡Mientes!,le auguré, fijando mi alma entera por la ventana, con la intención de descubrir su equivocación.
Tan difícil de creer que decidí seguirle con la mirada por el andén mientras el tren continuaba su marcha.
Se quedaba mirando con intención cordial a quien con él se cruzaba y cuando la otra persona se sentía obligada a saludar para no faltar al respeto, rápidamente y como un gran profesional de reflejos extraordinarios, giraba su cara hacia otro lado, siendo saludado ante su desprecio como si de un ser superior se tratara, para su regocijo posterior.
Decepcionado me dirigí a mi nuevamente amigo: "quien me ha parecido un salvador, no es más que un cruel verdugo".

sábado, 20 de febrero de 2010

CAPÍTULO 6. LA EXTRAÑA REACCIÓN

¿Cuanto faltará para llegar a mi destino?, me pregunté y comencé a obsesionarme con ello.
Estoy cansado de tanta charla, de tanto sermón.
Era una equivocación tras otra...
Me levanté de mi asiento con la intención de ver el cartel que se encontraba en una de las paredes del vagón, en la parte superior y en zona cercana al chico del suelo, en donde se veía dibujada la línea por la que mi tren circulaba y en donde esparciría mis dudas sobre el espacio-tiempo.
Como un radar fui perseguido a lo largo y ancho de todo el vagón por esa anciana, por su mirada.
También me percaté que poco a poco y progresivamente, uno tras otro, todos comenzaron a mirarme, incluso el que tirado en el suelo se hayaba, que no había separado su vista de la maquinita en ningún momento del viaje, como si quisieran saber que iba a hacer, controlar mis movimientos, a donde me dirigía...parecía como si todos estuvieran allí por mí o para mí.
Me sentí bastante intimidado, no consideré que fuese tan extraño, levantarse en pleno trayecto para supervisar o reconsiderar mi destino.
Todos me estaban mirando, siguiéndome con la mirada, girando sus cabezas incluso, cambiando sus posiciones para no perderme de vista.
Comencé a sentir miedo. Miré a mi acompañante que no decía nada. Era el único que miraba para otra parte que no fuera yo. Se observaba las manos, como cuando lo conocí.
¿Qué está pasando ahora?, pregunté a quién pensé que me ayudaría.
No obtuve respuesta. Continuaba fijo en sus manos como si fuesen de oro, las admiraba como si brillasen y las elevaba y movía con movimientos rotatorios.
Lo decidí...me bajaría en la siguiente estación, en cuanto parase el tren y se abriesen las puertas saldría corriendo y creo que incluso me esperaría al siguiente tren o marcharía hacia la superficie, donde la luz es clara y natural y todo parece diferente.
¡Me estoy volviendo loco!, grité.
¡Siéntate y calla!, no escandalices a estas personas, me dijo el que hasta ahora había estado conmigo (todo esto mientras continuaba queriendo cortar el poco aire del interior del vagón con las manos y sin mirarme a la cara).
¡No quiero sentarme!, grite nuevamente y acto seguido retrocedí un paso, al ver que el chico de la maquinita que se encontraba en el suelo se levantó y se dirigió hacia mi.
¿Que quiere este?
Siguió caminando, paró y se giró hacia su derecha. Tan sólo se puso frente a la puerta, creo que iba a bajar en la próxima parada.
Miré a través del cristal de la puerta su reflejo y me impresionó la cara de miedo y espanto que mostraba, dejó de jugar a la maquinita y la sujetaba fuertemente con una mano temblorosa.
Sus ojos se movían de lado a lado rápidamente como convulsionando, su nariz parecía tener corazón, palpitaba muy deprisa a causa de la hiper ventilación.
Estaba controlándome, estaba vigilándome, estaba aún más asustado que yo.

jueves, 18 de febrero de 2010

CAPÍTULO 5. EL HOMBRE DE LA GABARDINA

Intentando asimilar estas últimas palabras, me percato que cuando subió la anciana también debió hacerlo el hombre de la gabardina verde claro, el señor que se encontraba de pie, agarrado a una de las barras que van desde el asiento hasta el techo del vagón, junto a una de las puertas.


Va mirando en dirección de la marcha del tren haciendo caso omiso a lo que le rodea.


Por su pinta, diría que es el típico detective privado o inspector de policía americano de los años 70.


Es un señor grueso, corpulento, moreno de cara ancha y mirada intimidatoria.


¿Cuando ha subido ese?.


Que tipo más raro. Es como salido de otra época, pienso.


Parece una persona extraña, con cara de pocos amigos, y de tampoco tener gana de tenerlos.


Me lo imaginaba abriéndose una de las solapas de la gabardina y enseñándome una pistola, con la intención de dejar claro quien manda y facilitar la participación por mi parte en mi propia confesión de culpabilidad.


Tanto lo pensé, que incluso miré hacia su cintura, intentando localizar un hueco a través de la gabardina, para poder ver su cinturón y localizar una placa de auténtico policía.


Me auto convencí de su historia creada en mi mente, hasta el punto, que no dejaba de recrear diversas situaciones de peligro y múltiples ensayos de actuaciones del maduro y soberbio detective.

Definitivamente, era un tipo duro, un violento y curtido inspector de policía de otra época. Esa época en la que la corrupción policial era la mejor manera de sobrevivir en las calles de New York, Detroit, o alguna de esas ciudades.

Curtido en el trato con la Mafia y coaccionando a los pequeños comerciantes de la zona, así como, a las inválidas fuentes de información, apartadas de la sociedad.

Si, era un tipo duro, muy duro.

¡Ja, ja ,ja!, carcajeo mi maestro.

¡Que historia te has montado!

¿Como sabes lo que estoy pensando?, pregunte sorprendido, enfadado por sentir mi intimidad invadida y a la vez atemorizado.

¿Ya quieres andar tu solo?, cambió de tema.

¿Tan pronto la necesidad de no contar conmigo?, ¿de no necesitarme?.

Un sentimiento de culpa me poseyó, no entendía porqué, pero así fue, volvía a moverme sólo, a individualizar todo, a no dejar opciones ni puertas abiertas, a no contar con nadie, ni con quien me muestra y enseña.

Volví a cerrar la verja de mi recinto, de mi parcela personal, de mi mundo.

¡Aún no es el momento!, ¡todavía no sabes nada!, deja que continúe tu erróneamente infundada historia.

Callé y escuche atentamente, de una manera sumisa después del inevitable error.


Este caballero...continuó...



...Simplemente, no tiene una historia que te pueda interesar detrás, de ahí que aún entrando junto con la anciana, no lo hayas visto.



A ti te ha llamado la atención su aspecto nuevamente, te has montado tu propia película y no has visto más allá.



Es un hombre, que no ha encontrado el amor, vive sólo con su madre en un pequeño piso en el centro y tiene un muy mal gusto en el vestir, obviamente influenciado porque todavía es su madre de avanzada edad y mente anclada en el pasado, quién gobierna su vida y se encarga de su vestuario y de mantenerlo en su estrecho y recto camino, a imagen y semejanza de su fallecido marido, su padre.



Su cara de mal genio, no es más que frustración en estado puro. No es más que un niño mayor y se está dando cuenta de ello.



Pues mi "película", como tu dices, era más emocionante e interesante, le recrimine.



Cierto, lo era...pero no era la realidad, respondió con una subida de cejas y elevación lateral del labio superior.



Me hizo sentir como un iluso, como ignorante y me sentí rebajado por un momento. No estaba a su altura.



Enfadado, decidí ignorarle y no volver a hablar, mientras dediqué mis oídos al monótono sonido que emiten el paso de las ruedas del tren por los raíles. Tras, tras...tras, tras...





CAPÍTULO 4. LA ANCIANA MAESTRA

Tercera estación...esto me recordaba ya a los viacrucis de Semana Santa...
¿Porqué no entra nadie?, pregunto a mi contador de historias, sorprendido por no hayar lo esperado tras la parada del tren.
Espera, no seas impaciente.
Al momento veo aparecer una señora mayor de unos 78 años, vestía un chandal color gris que sobresalía del abrigo color crema que cubría sus ropajes, todo ello aderezado con un sombreo de tela negra.
Su piel arrugada y blanquecina, casi láctea, resaltaban sus pómulos colorados, exceso de maquillaje.
Bajo el sombrero se podía entrever una fina mata de pelo gris que dormía sobre sus hombros.
Sus pies se movían con la lentitud del segundero cuando nos invade la ansiedad, y producían un sonido de roce constante y melódico al ser arrastrados por el suelo del vagón.
Se sentó por la parte media del habitáculo, no sin antes divisar y radiografiar a todo el que en él se encontraba, con gestos de saboreadora de limones amargos.
Las diminutas gafas producían un baile sinfónico en su afilada nariz debido al contínuo resbalar de estas hasta la punta de la que podría ser el órgano primordial de su cara.
Su cabeza gacha forzando la posición de los ojos para poder divisar por encima de las gafas y tal expresión de asco mantenido en el tiempo, la hacían parecer una persona desagradable hacia los demás.
Esta vez, no pude luchar más con mi curiosidad.
¿Y esta señora?, pregunte a mi sabelotodo adivino.
Sin mediar palabra, y en un tono bajo y de misma frecuencia, comenzó su relato.
Hace muchos años atrás, la viejita que ahora ves, fue una gran y preciosa joven, profesora, o como decían antes, maestra de escuela.
Dedicó mucho esfuerzo y sacrificio para poder estudiar, ya que por esos tiempos las cosas no eran fáciles.
Mucho ahínco depositó en lograr ejercer, en ser valorada en su profesión.
Fue una pionera en lo suyo y posteriormente le fue reconocida su labor.
Ayudó a muchas personas, muchos de sus alumnos, y se desvivió por ellos como si de sus hijos se trataran.
Tanta energía empleo en su empeño, que acabó agotada y marchita, como ahora la ves.
Pero es que ahora es una abuela, interrumpí.
No es que esté cansada.
Por supuesto, continuó, ahora ya ha pasado el tiempo, pero en su arrugada cara se puede descifrar su paso por esta vida, como si de un corte en el tronco de un árbol se tratara para el recuento de sus anillos.
La que en su día fue la más joven y bella de las féminas triunfadoras de su época, ahora es una solitaria y olvidada anciana, a la que nadie hace caso, y cuya única obsesión es desprenderse del olor a persona mayor.
Un bañito no estaría mal, adjunté de manera jocosa.
No es cuestión de baños, graciosillo, los bebés huelen a bebés hasta que dejan de serlo, por mucho que los asees o bañes, por mucha colonia que les impregnes.
Las personas tienen su olor, el cuál cambia con nosotros, evoluciona según crecemos o envejecemos.
Normalmente, a nadie le gusta el olor a anciano, es el menos soportable de todos los olores. Eso tiene una sencilla explicación, el siguiente a este, es el putrefacto hedor de la muerte.

Interiormente todos lo llevamos con nosotros y sabemos que algún día nos tiene que llegar y aflorará, y que aunque intentemos camuflarlo con perfumes y fragancias diversas, la muerte tiene una gran olfato detector de almas.
Ella lo sabe y aunque su vida en principio es a tus ojos, mas digna de perderla o de ser premiada con la muerte, para ella es su único valor, todo lo que ha conseguido en la vida ha sido conservarla en definitiva, porque todo lo demás, ya has visto que se pierde.
Ahora sus fuerzas no son las mismas pero si su coraje por seguir adelante, y mientras pueda seguro seguirá intentando luchar o ser más lista que la de la guadaña y aunque la final resolución es clara, se conforma con seguir arañando segundos al ritmo del segundero cuando nos invade la ansiedad.

miércoles, 17 de febrero de 2010

CAPÍTULO 3. EL MUCHACHO DEL COMIC

Una nueva parada y yo vuelvo a la realidad, las puertas vuelven a abrirse, nadie baja, pero una persona más alimenta el vagón.
Es un chico joven, blanco, muy moderno en su vestir, cazadora con capucha, pantalón vaquero negro, zapatillas y un extraño gorro de piel con orejeras y visera. Su look es un tanto informal acompañado de barba de tres días.
En su hombro porta una mochila, entra esquivando al pasajero que se encuentra en el suelo, como si nada, y se sienta en la otra punta del vagón.
No dice nada, sólo introduce su mano derecha en la mochila y extrae de la misma un comic.
Hacía mucho tiempo que no veía un comic y menos en las manos de una persona tan joven.
No pasa un minuto, cuando comienzan a resonar ecos en el vagón de risas enmudecidas, carcajadas amordazadas.
¿Quieres saber de que se ríe?, me pregunto mi extraño acompañante.
Imagino que del comic, de sus historias, debe poner algo gracioso, contesté.
De todas formas ese chico es un tanto extraño, se ríe sólo, sin vergüenza alguna de ser escuchado.
Fíjate lo que acostumbra a hacer cuando estornuda, interrumpió mi esporádico guía.
¿Cuando estornuda?, me pregunté, yo no lo he visto estornudar aún.
Mira, mira...
En ese momento y como si no se resistiera más, el chico comienza a rascarse la nariz y a gesticular, hasta que llega el estornudo,...aaattttccchhííísssssssss....., mete su cara dentro de las páginas del comic, pasa página y continúa riendo.
¿Un poco guarro esta persona, no?, pregunto a mi interlocutor.
¿Te lo parece?, contesta y mira fijamente.
Pues si, me reitero, a mi personalmente me parece esa actitud una guarrería.
¿Qué más ves en él?, continúa como si quisiera llegar a algún sitio.
Lo veo muy feliz, como muy contento y alegre.
¿Dirías que es desdichado?
Pues no lo creo. Es joven, moderno y alegre.
¿Quieres que saber de su historia?
Si, por favor.
Inmerso de nuevo en la nebulosa del pensamiento, mas propia del sueño, comienzo a visionar su vida frente a mi.
Veo un chico tímido que intenta ocultar su rostro, bajo una dejada barba y un gorro de talla extra grande que le tapa la mayor parte de su cabeza.
¿Porqué se tapará tanto la cara?, me cuestiono y envalentonado me levanto para mirarle más de cerca.
¡¡Dios santo!!, tiene la cara completamente desfigurada, hasta el punto que através de una cicatriz, se puede ver parte del maxilar superior.
¿Que le ha ocurrido?, consulto, pobre muchacho.
Es una enfermedad degenerativa y crónica de los tejidos, pero...
¿Porqué te da pena?, si hace un momento que lo veías y considerabas feliz y repleto de vida.
¿Pero es que no me has escuchado?, me reitero exaltado, ¡que no tiene cara!.
¿Y cuál es el problema?...él parece feliz.
¡Yo alucino!, ¿como va a ser feliz así?, está deformado, no puede mirar a nadie.
No te equivoques amigo, él sí puede mirar a la gente de frente, son los demás los que giran la cara y evaden la mirada.
Hay quien no asimila el deterioro físico y otros que simplemente se ven reflejados y exteriorizan frente a sí, su propio interior.
De hecho, él no se tapa porque se averguence de padecer una enfermedad.
Él no se va al final del vagón para pasar desapercibido.
Se va y se oculta para no estar frente a personas como tú.
¿Porqué?...¿Porqué lo juzgo?, pregunto enojado.
¿Y que hace él sino, cuando opta por recluirse sin conocer lo que puedo opinar o mi reacción?.
Él no te juzga a ti, compañero de viaje, no te juzga por que él es el juzgado, es un sentenciado y los sentenciados no pueden juzgar, no tienen esa opción.
Con esto calló, dejó de hablar y enmudeció.
Tampoco escuchaba ya la leve risa del muchacho, ni el estrepitoso ruido de la maquinita del que sentado en el suelo se encontraba.
Quede mudo, sordo y por un momento ciego, y un vacío inmenso se adueñó de mi alma.
Sentí frío y volví a mí.
Un nuevo estornudo me hizo recuperar la consciencia, volver a la realidad.
Miré de nuevo al muchacho y no conseguí volver a verle la cara, puesto que por alguna remota coincidencia, esta era tapada por aquel viejo comic de páginas amarillentas y polvorientas, de picos doblados, que en primera instancia me pareció nuevo.

martes, 16 de febrero de 2010

CAPÍTULO 2. EL PRIMER PASAJERO.

Por fin para este dichoso tren!!!
Hemos llegado a la primera de las infinitas paradas que hará por todo su recorrido.
Se abren las puertas de nuestro vagón. Vaya!!!, podrían querer subirse en otro, que casualidad!!!.
Sube un chaval joven de unos veintipocos años, rasgos orientales, cazadora plumas plata metalizado, zapatillas deportivas y pelo larguito. Entra jugando con una maquinita de esas de videojuegos, sin separar la vista de ella, la cuál se encuentra en el interior de una funda blanca, y no para de emitir ruiditos y sonidos. Acto seguido y sin mediar palabra ni hacer ningún tipo de gesto se tira en el suelo del vagón, todo ello sin dejar de hacer lo que venía haciendo.
Pero si hay asientos por todos lados!!!, me digo a mi mismo. ¿Porqué se tiene que tirar ahí, como un pordiosero?.
Mi extraño acompañante inicial, se levanta de su asiento y se sitúa junto a mi.
¿Quieres que te lo cuente?, me pregunta.
No gracias, ya me imagino, sus padres no le hacen caso, en el colegio no le hacen caso, no tiene amigos, prefiere vivir en un mundo irreal...le dije todo aquello que había visto en televisión y que se me ocurrió.
Algo de razón llevas, pero vuelves a estar equivocado, agregó.
Si, esto empieza a ser habitual contigo, le refunfuñé.
Sin poder dejar de observarlo y sorprendentemente, ya no lo hacía de una manera pobre y acongojada, sino de un modo interesado, le pedí que me contara lo que veía en este chaval.
Mientras susurraba a mi oído, noté como mi mente se nublaba, cada vez más y más, hasta que comencé a fabricar la historia en mi cabeza tal y como me la iba contando.
Me traslade a un pequeño poblado de China, alejado de todo, enmedio de muchísima vegetación, me pareció una selva, en donde los niños semidesnudos jugaban los unos con los otros y las mujeres preparaban la comida, esperando el regreso de los hombres desde los campos de arroz de la zona.
Me llamó muchísimo la atención la juventud de aquellas familias que contaban con un cabeza de familia de una edad...yo calculo que sobre unos 40 años, pero que aparentaba 80, extremadamente envejecido, era el anciano de la familia. Lo que dejaba de manifiesto el alto índice de mortalidad y la escasa calidad de vida.
A lo lejos se veían venir a los hombres después de su duro día de trabajo. Ya estaba anocheciendo y las mujeres esperaban junto con los niños y los ancianos la llegada del resto de la familia, para proceder a la ingesta de los únicos alimentos del día.
Centrando mi vista, me pareció, con otros ropajes y más demacrado, reconocer a este chaval del metro.
Entró en su choza, saludó a su padre, cogió en brazos a su hijo pequeño y se sentó en el suelo, mientras observaba a su mujer poner los últimos granos de arroz en su cuenco.
Era un sitio pobre pero gozaban de mucha felicidad.
Jamás pensé que ese chaval a mi parecer vago y descuidado pudiera ser ese padre de familia que estaba viendo.
Continúe escuchando...como un día los campos de arroz se secaron, la comida escaseo aún más, ya no había alimento y el anciano que siempre había convivido con esta familia, un día decidió adentrarse en la selva y desaparecer. Sin despedirse, ni mirar hacia atrás.
Volví en mi por un instante y pensé que eso sonaba a historia de película china de los años 40 por lo menos. Pero ahí no acababa la historia y nuevamente caí en mi trance personal.
El hombre en su tierra y el chaval en la mía, es decir la misma persona, salía todas las madrugadas mirando al cielo con cara resignada y con la esperanza de volver a casa con algo que echarse a la boca, pero día tras día, nada.
La mujer se quedó sin leche con la que amamantar a su bebé, su hijo, principal alimento del que gozaba, a causa de la mala alimentación.
Su hijo comenzó a enfermar hasta que murió y su madre se fue detrás al no poder soportarlo, y murió de pena, se dejó morir.
El hombre, aquel chaval que jugaba con la máquinita compulsivamente, cambio su trabajo de agricultor por el de sepulturero, y tras todo perdido y mucho sacrificio y explotación, que no te contaré, consiguió llegar ahí donde tu lo ves.
Así finalizó su historia.
Me quedé pensando y me dije...que tiene que ver todo eso con un chaval adicto a los videojuegos.
Su pérdida y su obsesión con la obtención de riqueza, para no rememorar nunca más lo sucedido, conllevó a su deterioro total, su destrucción absoluta.
Esta persona trabaja sin contar las horas, para sumar más ingresos, no duerme, ni descansa, porque no puede, de ahí que juegue compulsivamente con esa máquina, para no pararse a pensar, para no encontrarse sólo, para no creer que desperdicia el tiempo que podría estar aprovechando en el trayecto desde un trabajo a otro. Se siente mejor pensando que está ocupado. No ha aprendido nada.
Y lo de tirarse en el suelo habiendo asientos vacíos, ¿no es una falta de educación?, agregue.
Es una forma de sentirse más cerca de su casa, querido amigo, replicó.

CAPÍTULO 1. EL ENCUENTRO.

Llega el tren, permanezco en el andén, estoy sólo, aún así, no me fío mucho después de haber visto en las noticias toda la locura de las personas, empujando gente a la vía y demás historias aterradoras de lo noticiarios.
Una vez está parado del todo, me acerco lentamente, intentando decidir en que vagón me subo..el que está más cerca de mi, el de al lado que me da mejores vibraciones... dubitativo me encuentro sin darme cuenta subiendo esa pequeña palanca que activa la apertura de puertas, del vagón que tengo enfrente.
Se abren las puertas y accedo, efectivamente, la luz de estos vagones es bastante tenue y son cerrados, solo ves lo que hay en el vagón (no como los más modernos, en los que puedes ver todo el tren). Me encuentro de bruces con un chico, sentado en el asiento frente a mi. Pero si el vagón estaba sólo, pienso. Bueno...!que le vamos a hacer? y tomo asiento.
Algo y no me preguntéis que fue, una sensación extraña, me hace mirar a este chico, es una persona normal, de unos treinta años, muy parecido a mi, físicamente hablando, misma complexión, mismo color de piel, mismo color e incluso corte de pelo, y de ropa muy similar a la que llevo puesta. En todo parecido, excepto en su forma de mirar. Mientras que yo lo miraba de una manera insegura y casi podría decir que cobarde, el lo hacía fijamente, con sus ojos clavados en mi, pero con la mirada perdida en sus propios pensamientos. Me dí cuenta que aunque dirigía sus ojos hacia mi persona, no me estaba viendo, porque estaba inmerso en su mundo, en sus pensamientos, en sus historias.
No pude evitar en momentos sucesivos, observar durante el largo y eterno trayecto (o eso me parecía a mi), entre estación y estación, que estaba haciendo esta persona para matar el tiempo.
Con una hoja de un folio, arrugada y demacrada, en una mano y un bolígrafo en la otra, no paraba de mirarme como si mirase al horizonte y escribir sobre ese papel.
De vez en cuando, se lo guardaba en el bolsillo derecho de su cazadora, cruzaba sus manos y se las observaba.
Llegué a pensar que este chico había consumido algún tipo de droga o que por el contrario, no estaba muy cuerdo.
Algo creo que debió de notar o intuir, cuando en un momento determinado del viaje, me sonrió y me dijo: "no te preocupes...ni estoy drogado, ni estoy loco".
Me quedé algo perplejo, más bien mucho, cuando por mis oídos entraron esas palabras y se mezclaron con mi propio pensamiento, que era el mismo.
La unión de ambas cosas iguales y el choque que produjeron dentro de mi cabeza, me produjo una reacción de sonrisa nerviosa exteriorizada y de pensamiento interno de casualidad.
Tu eres uno más, de todos los que hoy subirán a este vagón. Uno más de los que opinarán así de mi. Uno más de los equivocados, me dijo.
Yo no me atreví a articular palabra, pero pensé: "E aquí Dios padre, ¿quién se piensa este tío que es?".
Entonces volvió a dirigirse hacia mi, diciendo: "Yo no soy el que se lo piensa...tu eres el que me juzgas".
Y yo que no soy muy católico ni practicante, ni creyente, me dije para mi mismo: "pues si que va a ser Dios", "¿y ahora que?, tú que no crees en él, ya la has liado.
Pues sí que la has liado, pensé, para que este venga a hablar contigo...algo gordo has hecho ya.
En una carcajada, cortó mi pensamiento y mi conversación propia conmigo mismo. Que no, hombre que no...no pienses más y observa.

INTRODUCCIÓN

Estos párrafos o escritos, o como se les quiera llamar, digámoslo que me fueron cedidos o heredados.
Al final de esta historia que os voy a narrar, descubriréis como acabaron en mis manos.
Desde aquel día, mi vida, mi pensamiento y mi forma de ver las cosas y las personas cambiaron de una manera radical y positiva.
Acabé con la visión constante e implacable de mi ombligo y comencé sin apenas darme cuenta a observar, profundizar y ver más allá de lo visible.
Es un suceso que llegó a mi vida en el más inesperado momento, cuando más lo necesitaba y cuando veía que todo se entornaba aburrido y gris.
Todo comenzó un día nublado y de lluvia constante. Los días que más me gustaban personalmente, porque todo el mundo se camufla, se esconde u oculta. Porque no se observa la circulación incesante de personas por las calles y la lluvia depura los malos pensamientos y las culpas de las personas.
Todo parecía más tranquilo y relajante de lo habitual.
Tras una llamada de teléfono, soy obligado en cierta manera, a salir de casa, de mi rincón, de mi lugar de paz.
No me apetece, no quiero salir a la calle un día como hoy, y menos coger el coche hasta tan lejos. Seguro que luego llegó y no encuentro aparcamiento, seguro que hay mucho tráfico y me tiro las horas muertas esperando en el coche. Seguro que cuando llegue no podré hacer todo lo que he ido a hacer. Seguro que...
Todo eran escusas para no moverme del sitio.
Finalmente, y obligado por las situación, no tuve más remedio que ponerme en marcha.
Vale, pero iré en Metro (Una razón más para encontrar otras escusas). Ahora tardaré demasiado y llegaré tarde, porque de aquí hasta que llegue allí (frases sin sentido, únicamente para justificar mi pereza).
Una vez hube descartado todas las escusas, considerándolas de menor importancia que la labor que tenía encomendada, no tuve otra salida que seguir adelante.
Me vestí, ¡vamos rápido!, unos vaqueros, una camiseta, el jersey, las botas, buff!!!, que suplicio. Venga la cazadora, la cartera, las llaves, el móvil...vámonos...joder!!!, el dinero suelto para el Metro, sino tendré que cambiar y tardaré más.
Salgo corriendo, bajo la escalera y salgo a la calle, no he cogido paraguas, nunca lo hago, prefiero que me llueva, me siento mejor.
Llego a la estación de Metro totalmente empapado y miro las paradas con resignación, buff!!!, que lejos está...
Una vez en el andén, espero la llegada del tren, uno de los antiguos, de esos que están menos iluminados y de sonido estruendoso y chirriante. Vuelvo a recordar que no me gusta el Metro. No me gusta tanta gente reunida en el mismo sitio, no soporto relacionarme con extraños, aunque para ellos ni exista...
No imaginaba que ese sería el comienzo de mi aventura y descubrimiento.

lunes, 15 de febrero de 2010

LA IMPORTANCIA DE LAS PERSONAS

Nadie puede negar que necesite o haya necesitado alguna vez a alguien.
Nadie puede negar no haber echado de menos.
Nadie, ni la persona mas solitaria y menos necesitada de amigos.

Hoy en día, la vida ha cambiado, ya no es como antes, ya no existe la amistad entre las personas.
Hoy en día, la vida ha cambiado, todos somos seres desconfiados.
Hoy en día, mejor no amar para no ser dañado.

Mejor no confiar para no ser defraudado.
Mejor no tener apego a nada para no echarlo de menos cuando se vaya o lo pierdas.
Mejor pedir perdón que evitar dañar primero.

¿Por qué vivir en una decepción continua?
¿Por qué se echa de menos la infancia cuando durante ella no parecía genial?
¿Por qué se echa de menos tantas cosas?

¿Dónde están tus amigos, aquellos que defendían a muerte cualquier cosa insignificante sólo porque te importaba a ti?
¿Dónde está tu gente, los que se desvivían los unos por los otros?
¿Dónde, en que lugar abandonaste a tu familia?

¿Por qué tienes ese nudo en la garganta que no te deja respirar?
¿Por qué ha de pasar el tiempo para darte cuenta de tus errores, para llorar cuando nunca lo has hecho, para nunca reír, para solamente subirte al tren cuyas ventanas solo enseñan la vida corriendo, sin poder hacer nada?

¿Por qué aumenta la tristeza con los años cuando siempre habías pensado que sería diferente?
¿Por qué echas tanto de menos el pasado?
¿Por qué todo ha pasado tan rápido últimamente?
¿Por qué todos han envejecido tanto y sus miradas son de tristeza?

¿Por qué nunca has aprendido a llorar y te da vergüenza hacerlo?
¿Dónde están esos niños que iban a ser hermanos para siempre, que nunca se iban a separar?
Aquellos que siempre estarían unidos.

¿Por qué todo ha cambiado tanto?.
¿Por qué todo el presente siempre es una mierda y cualquier tiempo pasado fue mejor?
¿Por qué esta decadencia continua?.

Deseas volver a nacer.
Quieres que el futuro se sepa apreciar mejor.
¿Por qué ahora se pide tantas cosas a la familia, a los amigos, a las personas, cuando antes sólo se pedía que estuvieran cuando les necesitases?

¿Por qué todo parece tanto y luego no es nada?
¿Por qué el amor se rige por los desechos del trabajo?
¿Por qué creciste tanto de golpe?
¿Por qué te sientes sólo y sin embargo odias la compañía de mucha gente?

No hay nada mejor que centralizar tu vida alrededor de una persona, hasta que te decepcione, supongo.
Tú has decepcionado a mucha gente y ahora recojes tu cosecha.

Sabes porqué la vida va tan deprisa, para que no te pares a pensar nada más que en tu día a día.
En lo que te apetece.
Alimentando el egoísmo y el Ego.

Ver a los padres todas las noches, aunque tampoco sirve de mucho.
Nunca piensas que los padres mueren, son superheroes, son padres, siempre luchan por sus hijos hasta que estos los matan de pena.
¿Por qué las vidas de las personas que empiezan unidas se separan tanto?
¿Dónde están tus amigos, tu ejercito...?
No tienes nada.

Solo te han enseñado a luchar y has aprendido que todo el mundo necesita un descanso.
¿Por qué no puedes descansar?

Necesitas que tu gente te quiera.
Necesitas que tu familia te perdone.
Necesitas que tus amigos te perdonen.
Necesitas volver a creer en las personas, en sus palabras y en sus actos.

Necesitas un Psicólogo, que te saque la pasta y no le importe lo que le cuentas.
Necesitas eso o espabilar.
Nada es lo que parece.

PERRO VIEJO


Había vivido muchas cosas, era ya un perro viejo, cuyos poderosos dientes fueron temidos años antes, su musculatura ya no era la misma, su complexión había cambiado.
Entonces comenté a mi padre: "con lo que ha sido... y hay que ver como está ahora".
Él me contestó: "ahora es cuando él es...ya se ha formado...ha cambiado su juventud por su inteligencia".
El perro asintió como si lo comprendiera y se acercó a su pierna como buscando afecto.
Entonces recordé que los demás perros seguían respetándole aún en su estado.
Miré a mi padre y me miró, hasta que apartó su mirada.
En ese momento sentí como si ambos me hubiesen enseñado demasiado.

UN SER LONGEVO



Un ser longevo, perdurable y eterno, me encantaba descubrir su vida a través de las arrugas de su cara.
Su trabajado rostro me mostraba como había sido su recorrido por este mundo.
Sus épocas duras y sus pocos momentos felices.
Mi mente fabricaba su historia y pasaban las horas recordando una vida que no era la mía.
No hablabamos, tampoco lo necesitábamos.

Algún día encontraré a un niño observándome descaradamente y sabré cual es su curiosidad.