lunes, 22 de febrero de 2010

CAPÍTULO 7. EL FALSO SALVADOR

El tren activó su freno y la inercia hizo que mi cuerpo se balanceara de atrás hacia adelante, movimiento que activó el pulsador de fuga de este hombre.
Su maquinita cayó al suelo y tras el choque contra él de la misma, sólo se escuchaba un clac, clac, repetitivo.
Miré hacia abajo sorprendido, había soltado su herramienta de vida, la prolongación de sus manos, aquello que le ayudaba a seguir adelante.
Después no pude evitar, seguir el sonido repetitivo de la palanca de apertura de las puertas, subiendo y bajando en una mano temblorosa y asustada.
El me miraba con los ojos desorbitados, cargados de terror.
¿Era yo la causa que le producía tal reacción?.
Las puertas no habían comenzado a abrirse cuando este ya intentaba huir del vagón, chocando una y otra vez contra los bordes de las puertas hasta que hubo el suficiente hueco para que saliera a toda velocidad.
Pude ver a través de las ventanas del vagón, como corría despavorido por el andén, mirando hacia atrás.
Podía escuchar incluso el sonido de su frustrada y agónica respiración.
Continué observándole hasta que le perdí de vista.
De repente, alguien toco mi hombro, ¿puedo ayudarle?, preguntó.
Era una señor de unos 44 años, bien vestido, elegante y con buen porte. Parecía educado y respetuoso.
Le noto un poco alterado caballero, dijo.
¿Necesita usted ayuda?, reiteró su pregunta.
No, contesté.
Ipso facto, tenía preparada su siguiente pregunta,¿se da cuenta usted que está asustando a los presentes?.
Miré, sin contestar, efectivamente, estaba dando un espectáculo bochornoso.
Disculpenme, lo siento, fueron las palabras que salieron de mi boca mientras buscaba de nuevo asiento, lejos de todos.
Este educado caballero, se dirigió hacia mi primer conocido, mi compañero de viaje, mi guía en esta historia, y se sentó a su lado.
Pude ver como mi acompañante inicial, el pionero del vagón, se acercó a su oído y susurró unas palabras.
La cara de este señor cambió. Era una cara fanfarrona. De haber conseguido una medalla, una proeza, algo inusual. Y comenzó a mirarme mientras seguía recreándose en el susurro.
Concentré mis oídos y mis sentidos en escuchar el rumor, esa conversación especie de seseo, mil serpientes en sus bocas, sigilosas las palabras.
Una carcajada cambió la figura de su expresión, en ese momento llegábamos a la siguiente estación, se levantó se despidió con un adiós del contador de secretos y con un saludo militar y un tanto burlesco, hizo lo propio conmigo.
Una vez se hubo bajado, no dudé en aproximarme a mi compañero y preguntar por el, por la persona que me había ayudado, me había relajado educadamente y me había devuelto a la percepción real.
¿Que habéis hablado?, ¿que le has susurrado?.
Le he dado las gracias simplemente, por ti y por nosotros que compartimos contigo este vagón.
Se ha sentido agradecido y se ha reído de ti.
¿De mi?, pues a mi no me lo ha parecido.
De ti, si, se ha reído, burlado y mofado.
Sus comentarios sobre la locura que te atañe, y la pena que das a la sociedad, según él, han llegado a ser insultantes y así se lo hice ver.
Quien te ha parecido un salvador no ha sido más que tu verdugo.
¡Mientes!,le auguré, fijando mi alma entera por la ventana, con la intención de descubrir su equivocación.
Tan difícil de creer que decidí seguirle con la mirada por el andén mientras el tren continuaba su marcha.
Se quedaba mirando con intención cordial a quien con él se cruzaba y cuando la otra persona se sentía obligada a saludar para no faltar al respeto, rápidamente y como un gran profesional de reflejos extraordinarios, giraba su cara hacia otro lado, siendo saludado ante su desprecio como si de un ser superior se tratara, para su regocijo posterior.
Decepcionado me dirigí a mi nuevamente amigo: "quien me ha parecido un salvador, no es más que un cruel verdugo".

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