sábado, 6 de marzo de 2010

CAPÍTULO 11. EL FIN DEL TRAYECTO (RESOLUCIÓN)

Sigo igual, de la misma manera, haciendo lo mismo pero recorriendo el camino andado, a contracorriente.
Cada vez es más difícil esquivar los coches que vienen de frente, cada vez es más complicado y por un momento me da la impresión que voluntariamente lanzan sus vehículos contra el mío.
Empiezo a pensar que es una caza del animal libre. Todos con armas y yo sólo corro.
Viene uno de frente, a mi misma velocidad, con las mismas intenciones y vehículo similar.
No va a girar, no va a apartarse, lo intuyo.
Estamos a escasos metros del impacto y seguimos en la misma trayectoria.
Sujeto el volante con fuerza, viendo lo que se me avecina, no me importa, voy a quebrar mis brazos o mejor aún me quedaré con el volante en las manos. Lo arrancaré, pero la dirección no la cambio.
Las piernas comienzan a estirarse como sometidas a presión, como esperando el golpe que las parta por su mitad.
Ya puedo distinguir su matrícula, puedo ver los números y las letras. Veo borrosamente, incluso la cara del conductor, la única persona que he visto en toda esta historia.
A través del parabrisas observo, quiero ver su cara antes que se dirima este empate.
Estamos chocando, a cámara lenta me percato del inicio del golpe, como mi capó comienza a arrugarse sobre mí, el salpicadero empieza a precipitarse hacia la dirección contraria que llevo y el volante se hunde en mi estómago y mi pecho como una maza descomunal.
Puedo sentir el crujir de mis costillas y mi cabeza golpear hacia delante no se bien con qué.
Aprovecho la inercia que me impulsa nuevamente hacia atrás para mirar el estado de la otra persona, quiero ver si sufre como yo.
Se encuentra quieto y tranquilo, observándome, como si el no hubiese sufrido golpe alguno, nada ha influido en el.
Le miro a los ojos resultándome familiar, son los mismo ojos que me observan a través del espejo cada mañana. Soy yo.
La inercia de una nueva frenada me hace volver a la consciencia, estoy aquí, todavía estoy aquí, nada ha pasado, despierto en el mismo asiento del mismo vagón y con la misma gente.
¿Qué tal amigo?...¿menuda cabezadita?...te has quedado dormido.
Todo ha sido un sueño y yo me he pasado mi ansiada parada.

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